Por evitar un castigo by M. L. Estefanía

Por evitar un castigo by M. L. Estefanía

autor:M. L. Estefanía [Estefanía, M. L.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras
editor: ePubLibre
publicado: 1968-07-15T00:00:00+00:00


CAPÍTULO VII

Dick entregó su arsenal al sheriff.

—¡No tendrás la misma suerte ahora! ¡De nada te va a servir el haber ganado la carrera!

—Con esto te ocurrirá lo mismo. Buen disgusto vas a dar a tu padre. Será preferible que no me obligues a pelear…

—¡Hablas demasiado! —exclamó Dick al mismo tiempo que intentaba golpear a Ames.

Un gran silencio se hizo a lo largo de la calle.

Muchos de los espectadores contenían hasta la respiración para no perderse el menor detalle.

Algunos ni pestañeaban siquiera.

—Acabas de cometer otro nuevo error —manifestó Ames, después de haber esquivado el golpe.

—¡Pelea! ¡Eso es lo que tienes que hacer!

—Los nervios te están traicionando, amigo. Procura dominarte. He podido castigarte y no he querido…

—¡Te voy a matar! ¡Cobarde…!

Dick volvió a lanzarse al ataque.

Zancadilleado por Ames, cayó al suelo.

Se golpeó aparatosamente.

Trató de convencerle Ames nuevamente, tratando de dar por terminado el incidente.

Sin embargo, Dick atacó de nuevo.

Cansado Ames de rehuir la pelea, decidió atacar.

Sus puños se movían a velocidad de vértigo.

Con exactitud matemática caían sobre el rostro de Dick.

—¡Vamos, Dick! ¡No permitas que te golpee así! —gritó asustado Martin.

Un gancho al mentón y Dick quedó tendido en el suelo.

Con la boca destrozada, de la que faltaban varias piezas, respiraba con dificultad.

Rock, un viejo amigo del sheriff, se puso ante Ames dispuesto a empuñar las armas.

—Estoy desarmado. Pudiste ahorrarte el trabajo de provocarme si en realidad estás dispuesto a disparar.

El herrero, saliendo de entre los curiosos, apareció con el arsenal de Ames en las manos.

—¡Ponte esto, Ames! ¡Lucha por lo menos en igualdad de condiciones!

Sonrió maliciosamente el sheriff, dándose cuenta Ames.

—Mucha confianza debe tener el sheriff en ti —dijo a su adversario—. Mira qué contento está.

—¡Colócate las armas y no hables tanto!

Se ajustó Ames el cinturón-canana.

Nadie respiraba.

—¡Vamos, Rock! —Se escuchó.

Movió con rapidez las manos el aludido, escuchándose seguidamente dos disparos.

El llamado Rock, con los ojos vaciados, quedó en el suelo para siempre.

Dick fue ayudado a incorporarse, dirigiendo una fría mirada al rostro del hombre que acababa de morir.

• • •

—¡Delbert! ¡Ya iba siendo hora que se te viera por aquí!

—Hola, Edward. No te puedes imaginar cómo están esas montañas… Acaban de contarme lo de Rock y lo de Dick. Este último creo que se ha recuperado por completo.

—Ya hablaremos de eso. ¿Sabe Martin que estás aquí?

—Acabo de llegar. Háblame de ese muchacho.

—¡Es un demonio con las armas! Rock, a pesar de su ventaja, no consiguió acariciar las armas siquiera. ¿Y tus hombres?

—Divirtiéndose en el saloon,. Shirley es una gran muchacha. Les está sacando el dinero como quiere. Robert marchó a ver a su hermano. Debe estar en rancho Plummer a estas horas.

—Cuando veas a Dick no le vas a conocer. Le ha quedado el rostro completamente desfigurado. Y puede dar gracias que Martin contrató al mejor especialista de Phoenix. Le ha costado un dineral… ¿Qué tal te ha ido en la reserva?

—El negocio ha ido bien. Ya conoces a los indios, son como los niños… Pero ahora, con tanto aventurero en las montañas, andan un poco revueltos. Están dando buen trabajo a los militares… Sírveme un trago por lo menos.



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